Hubo una banda llamada
Led Zeppelin. Dicen muchos, creo que con ligereza, que ha sido la más grande de
todos los tiempos. No me gustan esas sentencias absolutistas. Es Led Zeppelin,
prefiero decir, de las más trascendentes e innovadoras en el mundo del rock. Su bajista (que está
vivo) se llama John Paul Jones. Alguien, no recuerdo quién, lo describió como
la parte “discreta pero virtuosa” del grupo. Me gusta esa definición: discreto
y virtuoso. Tanto, que quiero extrapolarlo a lo que hoy nos concierne, la
comunicación y el periodismo.
Soy un
convencido de que este es uno de los mejores momentos para ejercer el
periodismo en Venezuela. La autocracia de Hugo Chávez y la dictadura de Nicolás
Maduro han empujado, por el ánimo estúpido de censurar, a los periodistas a
repensar las formas del oficio en el siglo XXI. Ha sido una crisis que nos ha lanzado
unos años al futuro, pues estamos en la necesidad de apelar a la tecnología para
trasgredir las barreras de la censura. A la vez, nos ha batuqueado hacia atrás,
incluso a la prehistoria, por aquello de
que hay un energúmeno rechoncho que en la televisión pública amenaza a medio
país con un garrote de cavernícola.
El país, la
historia y la circunstancia (funesta y traumática) nos exigen, como nunca, la
responsabilidad casi quirúrgica de revisarnos en el ejercicio diario del
periodismo. Hace 11 años, acá, en la UCAB Guayana, el locutor Iván Loscher
pidió a los jóvenes que lo escuchábamos en un foro que nunca perdiésemos la
iracundia ante el ejercicio despótico del poder de Hugo Chávez. Y de hecho no
es fácil controlar la ira y la indignación al ver a un militar asesinando a un
estudiante. O a una mamá de cinco niños muriendo porque no consiguió una
medicina. O a un viejo esquelético comiéndose en un basurero un pedazo de carne
con gusanos o una arepa petrificada.
Es allí, en ese
momento, cuando salta al terreno la responsabilidad periodística: la
indignación y la ira deben convertirse en la fuerza, en el empuje, en la
terquedad, en la perseverancia, en el motor y hasta en la obsesión que necesita
el periodismo. Recalco: no es fácil.
El momento
también nos exige irreverencia. La irreverencia no se trata de cuán rotos están
nuestros pantalones, de la cantidad de tatuajes que nos surquen o de la cantidad
de groserías que disparemos por minuto. Menos, de decir: “yo soy irreverente”,
pues quien dice que es irreverente deja de serlo. La irreverencia, más que un
momento o una reacción, es una actitud consecuente toda la vida. Allí está,
como gran ejemplo, un irreverente que se nos murió hace poco: Teodoro Petkoff. La
irreverencia, entonces, que el momento venezolano nos exige es más difícil: es la
irreverencia del argumento contra los poderosos y sus adulones. El argumento
solo tiene validez cuando tiene una investigación que lo respalde. Y la
investigación es, insisto, fuerza, empuje, terquedad, perseverancia, motor y
obsesión. Esa es la irreverencia que el país, que la República que queremos
recuperar, merece y requiere.
No podemos ser
demagógicos: eso significa que no podemos decir lo que la gente quiere escuchar, sino
lo que la gente debe escuchar. Y necesitamos ser críticos con ciertos
aprovechadores de esta crisis. Entre la debacle y el apocamiento de varios
medios y el silencio de muchos colegas ha surgido una fauna de estafadores que
pretenden llamarse periodistas. Son fáciles de identificar: regularmente,
venden frases pomposas para radicales y señalan, como si nada, a culpables para
encontrar empatía en los desesperanzados. No tienen investigación ni un trabajo
que los respalde. Solo buscan el retuit, que les agradezcan lo que hacen, los
seguidores, la aclamación, que su foto sea objeto del deseo, la veneración en
las redes, el aplauso automático.
Y el aplauso
automático es peligroso. El aplauso automático, por ejemplo, fue una de las
razones que llevaron al autócrata Hugo Chávez al poder hace 20 años. El aplauso
automático fue lo que llevó a muchos hace seis años a votar por el dictador
Maduro. El aplauso automático nos arrastra, como sociedad, al barrial de una de
nuestras grandes maldiciones: el personalismo. La tara de buscar un héroe
salvador.
Pues es, ahora
que dentro de 48 horas habrá un fulano Día del periodista, cuando debemos estar
alertas ante este tipo de personajes y recordar, pertinaces, que los periodistas no somos héroes. Que los
periodistas no somos guías políticos. Que los periodistas no somos gurús de la
autoayuda. Que los periodistas no somos iluminados. Que los periodistas no
somos la noticia. Los
periodistas, hoy, y como nunca, debemos ser eso: periodistas.
Como tales, más
que sentenciar, los periodistas tienen
que explicar, describir, escarbar en los lodazales y en las gusaneras
sin el interés del “mírenme, cómo me meto en el lodo porque soy un periodista”.
Pues el periodismo no es para que nos lo agradezcan. Ni para exhibirnos. Lo único que debe movernos
es la verdad. Nada más.
Solo así, con
investigación y con argumentos, podremos explicar a una sociedad que nos
necesita por qué Chávez fue un autócrata y por qué Maduro es un dictador, sin
caer en el horror de matizar las verdades para justificar y para pasar por alto
algunos hechos, como en mala hora hicieron muchos profesores de esta
universidad, colegas y medios durante los trece nefastos años de Francisco
Rangel Gómez y como han hecho también
ahora, en estos dos años nefastos de Justo Noguera, secuestrador de nuestra
Gobernación.
No es el momento
de los héroes. No es el momento (y nunca debe serlo) de los premiecitos
gobierneros por los que todavía se pelean muchos. Es el momento de repensar la
República democrática que queremos rescatar. Esa en donde el periodismo libre
sea estandarte. ¿Está todo perdido? Tajantemente: no. De hecho, hoy en
Venezuela hay muchos haciendo el mejor periodismo que se ha hecho en nuestra
historia. Pero es deber recordar y señalar los peligros y los errores para no
repetirlos: es lo que pretendo en esta introducción.
Me preguntarán
ustedes: ¿pero acaso Led Zeppelin solo fue John Paul Jones? Y les respondo: no.
Pero recordemos también que, como grupo musical masivo, Led Zeppelin fue,
principalmente, espectáculo. Y el periodismo no es un espectáculo: es un
servicio público que requiere entrega y efusión. Sin estridencias ni
jactancias. Es decir, un trabajo discreto
y virtuoso. Como el del buen John Paul Jones. Como debe ser. Y concluyo
recordando que no hay buen o mal periodismo. El periodismo es y debe ser
siempre uno solo: el bueno.
*Discurso de presentación del foro Comunicación para la democracia, con Mariengracia Chirinos y Marcelino Bisbal, en la UCAB Guayana. Puerto Ordaz, 25 de junio de 2019.
Me gusta la analogía, y también rescato que hay muy buenos periodistas haciendo su trabajo en las condiciones más adversas, siempre buscando la verdad a pesar de los riesgos. Gracias y feliz día del periodista.
ResponderEliminarGracias, doña Mabel.
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